por JONATHAN FRANKLIN
Atardecía. Javier Santos, Teniente de la Armada de Colombia, patrullaba la costa colombiana en el Expreso de Medianoche, una lancha hecha y diseñada para atrapar narcotraficantes. Cuatro motores – de 250 HP cada uno – están sujetados a la parte de atrás de la larga nave tipo “cigarette”. Con mil caballos de fuerza, el Expreso de Medianoche va disparada por el agua a más de 100 km por hora. Un avión de inteligencia del gobierno estadounidense detectó un barco sospechoso. El “punto caliente” era un semisumergible sin registro en el Pacífico a sólo 20 millas al sur de donde se encontraba Santos. La persecución comenzaba. Santos y su tripulación de tres guardacostas colombianos alistaron sus armas automáticas, se colocaron los visores nocturnos y zarparon a 80 km por hora virando bruscamente en el océano Pacífico, guiados por el avión de inteligencia que rastrea el calor de los motores del semisumergible.“No podíamos ver nada, estaba oscureciendo. Y no podíamos oírlo. Pero el olor nos estaba acercando, cuando estuvimos a un par de kilómetros de distancia empezamos a oler los químicos. Sabíamos que estábamos cerca”. Como un sabueso cazando a su presa, los guardacostas de Colombia siguieron el rastro: el inconfundible hedor químico de 10.000 kilos de cocaína pura.
“Disparamos una luz de bengala, pero aún no lo podíamos ver. Sin embargo, el avión nos guió, luego vimos a los hombres, cuatro de la tripulación parados encima del semisumergible”. A medida que Santos (no es su nombre verdadero) se acercó, los hombres levantaron los brazos. No tenían armas y no se resistieron al abordaje. “Les pregunté si había alguien más adentro y dijeron que no. Pero cuando entré y empecé a apuntar con una linterna, encontré a otro tipo. Él ya había abierto las válvulas; el agua nos daba en los tobillos”.
El sabotaje es la primera línea de defensa para la tripulación del semisumergible cocalero. Si pueden hundirlo, la evidencia desaparece en el fondo del océano. Sin evidencia, no son traficantes de coca sino navegantes caprichosos que necesitan ser rescatados. Dentro de cada uno hay una serie de válvulas que abren para permitir que el agua entre y se hunda en menos de diez minutos. “Muchas veces estos tipos abren las válvulas de fondo y luego rompen la palanca, y entonces es imposible cerrarlas, aun si llegamos a tiempo”, dice el capitán de Navío Herney Gutiérrez, jefe de Estado Mayor de la Fuerza Naval del Pacífico. “Estamos estudiando la manera de introducir los comandos encima de los semisumergibles para tratar de salvaguardar la evidencia”.
Santos entró en el área de carga e iluminó con su linterna unas filas de pacas de coca. Tomó una. Con el agua a la cintura, Santos luchó con el saco de 35 kilos. El semisumergible se volcó hacia un lado. En la cubierta, sus hombres le gritaban para que saliera. Santos dejó caer el saco, el agua le llegaba al cuello. Salió por la escotilla, abordó el Expreso de Medianoche y maldijo mientras la embarcación se inclinó como el Titanic y se perdió en las profundidades del océano Pacífico. La evidencia se había ido.
“Apenas son detectados, ellos abren las válvulas para hundirse y los tipos se tiran al agua. La metodología de su demencia es que, bajo la ley internacional, se convierten en náufragos en una operación B&R (Búsqueda y Rescate), y bajo la ley internacional, uno tiene que rescatar esos tipos antes de hacer cualquier cosa por recuperar la evidencia”, dijo el capitán Mark Morris, de la Fuerza Naval estadounidense, quien describió cómo los comandos mexicanos descubrieron una manera a prueba de todo de detener el sabotaje. “El Comando Mexicano puso el pie en la escotilla y no dejó que ellos (la tripulación del semisumergible) la abrieran. Entonces, ¡cerraron la válvula! Luego, los mexicanos dijeron ‘Está bien, ya pueden salir’”.
Durante los años ochenta, “los años Miami Beach”, los traficantes de cocaína colombianos llenaban lanchas con cientos de kilos de coca y dejaban atrás a cualquier embarcación que navegara sobre la superficie. “Nosotros volábamos por encima de ellos y se reían y nos daban el dedo”, dijo un piloto de helicóptero de la Guardia Costera estadounidense. Durante esa década, los traficantes escaparon a las variadas flotas de naves que les enviaban la Fuerza Naval y la Guardia Costera. Pero a medida que el gobierno estadounidense instalaba una miríada de radares, aviones de inteligencia y helicópteros, docenas de lanchas de velocidad tipo “go fast” fueron capturadas. A finales de 2007 la tasa de éxito de los “go fast” era tan limitada que los traficantes de cocaína revisaron su plan de negocios y diseñaron fábricas para construir semisumergibles capaces de transportar cocaína desde Colombia hasta la costa de México, a otros países de América Central, o a Estados Unidos, pintados de verde y azul y moviéndose a una velocidad de tan sólo 12 km por hora. Los semisumergibles coqueros están del todo camuflados, y prácticamente no dejan rastro y son invisibles desde el aire. Los traficantes cambiaron la velocidad por el sigilo. La Guardia Costera de Estados Unidos les puso un sobrenombre a estas embarcaciones: los “go slows”, los “lentos”.
Hoy, los “lentos” semisumergibles cocaleros están por toda la costa pacífica colombiana, América Central y México. La DEA ha estimado que en el 2008, al menos uno salió de Colombia cada semana. “Desde enero de este año hasta la fecha hemos detectado cinco”, dijo el capitán de Navío Rodríguez, comandante de Guardacostas del Pacífico. “Estos son sólo los que capturamos, ¿quién sabe cuántos logran pasar?”.
Los semisumergibles cocaleros no siguen un diseño en particular. Están elaborados de fibra de vidrio y varían en tamaño desde los 15 hasta los 30 metros. Algunos llevan cuatro toneladas de cocaína, otros hasta doce toneladas. Cada uno requiere miles de kilos de materiales y enormes motores, y todo eso se debe cargar hasta un sitio remoto en donde la fabricación tarda entre 30 y 60 días y cada uno “cuesta alrededor de un millón de dólares”. Pero la mayor parte de ese dinero no es para los materiales, sino para pagarle al equipo (de 20 a 30 trabajadores) para que mantenga la boca cerrada. “Pero aun a un millón de dólares, eso es sólo uno o dos por ciento del valor de la carga”.
Una vez construido, se contrata a la tripulación –incluyendo capitán, mecánico, navegador y asistente–. No se necesita cocinero porque estos semisumergibles rústicos no poseen cocina. La comida se come cruda. En lugar de tener baño, los hombres deben esperar a que esté de noche para salir, balancearse en la cubierta y hacer sus necesidades. Una sola ola pícara puede tumbarlos. Adentro la vida resulta peligrosa. El aire es una mezcla de gases diésel y exhosto. Desde la bodega de almacenamiento, el hedor químico de la cocaína se filtra a los camarotes. No hay camas. La tripulación duerme encima de los tanques de combustible durante un viaje que dura aproximadamente de 9 a 12 días.
La mayoría de los submarinos se lanzan desde la selva y los manglares del puerto colombiano cerca de Buenaventura. “Luego que salen de Buenaventura, se dirigen hacia el occidente unas cien millas y después derecho al norte. Ellos tienen un blanco muy grande: toda América Central”, explica un oficial de Seguridad de Fronteras estadounidense que pidió no ser identificado.
Los semisumergibles están guiados por el sistema de posicionamiento satelital global o GPS. En lugar de dirigirse a un puerto o un muelle de desembarque, reciben órdenes de encaminarse a una posición GPS específica donde la cocaína se transfiere a un barco de pesca, lancha u otro tipo de nave. Una vez la cocaína es transferida del semisumergible, este es hundido y a la tripulación se le proporcionan identidades falsas para que puedan tomar un vuelo y así volver a entrar en Colombia.
En el transcurso del año pasado los talleres artesanales clandestinos de semisumergibles cocaleros han retoñado por toda Colombia, desde el árido desierto de la península de La Guajira en el norte, hasta las selvas de manglares en la frontera sur con el Ecuador. Gracias a una estrategia de relaciones públicas del gobierno colombiano, los civiles denuncian crímenes de drogas y promueve a los informantes como ciudadanos patrióticos, las Fuerzas Militares y la Policía los están descubriendo.
En La Guajira, el reconocido paraíso de contrabandistas en el norte de Colombia, los carteles de coca construyeron un semisumergible azul de 15,24 metros entre la maleza. Con la forma de una ballena mutante, con tubos de ventilación saliéndole de la espalda, el semisumergible no se encontraba cerquita del océano Atlántico. “Estaba a 12 kilómetros del mar, ¿cómo iban a llevarlo a la costa?”, dijo incrédulamente Mark Morris, capitán de la Fuerza Naval de Estados Unidos. “Los marinos colombianos que lo descubrieron se pasaron seis semanas y sólo pudieron moverlo un kilómetro, así que lo destruyeron”.
Al preguntarle si se arriesgaría a hacer el viaje, el capitán Morris fue enfático. “Ni riesgos. No. No. Yo los he visto. Miren adentro. Es un artefacto rudimentario hecho a mano que no cumple con los parámetros de seguridad de nadie. Una sola gotera y se hunde. No hay mecanismo de flotabilidad de reserva. ¿Qué pasa si empieza a dar vueltas en altamar y la mercancía no está asegurada? Fácilmente se puede volcar el barco. No. No. No me dejaría meter ni muerto en uno”.
El capitán de Navío Mario Rodríguez, comandante de Guardacostas del Pacífico, está de acuerdo. “Uno podría ser aplastado por un barco mercante marino. ¡Con todos los barcos que salen de Panamá! Como son artefactos hechizos, no poseen parámetros de seguridad ni luces de navegación. Pueden tener un incidente en altamar en cualquier momento. ¿Se imagina viajar 15.000 kilómetros a 10 km por hora en estas condiciones?
Los salarios para la tripulación son excelentes. Un motorista de un semisumergible cocalero se gana 150.000 dólares por un viaje que puede durar 12 días, mientras que el capitán gana aún más: 250.000 dólares el viaje. El pago se divide, 50% antes de la misión y 50% cuando hayan “coronado”. Morris, de la Naval estadounidense dijo que conseguir la tripulación no resulta difícil. “Para estos tipos, ser elegido para la tripulación es como ganarse la lotería”. Mientras los famosos carteles de Cali y Medellín organizaron viajes en los años noventa, durante los últimos cuatro años los cargamentos han sido dirigidos por el “Cartel semisumergible”. Con base en Panamá, el “Subcartel” fue diseñado para proporcionar semisumergibles hechos a la medida para los cargamentos de droga hacia México, América Central, Puerto Rico y… Florida. Mientras los oficiales estadounidenses odian admitir que la coca haya llegado jamás a las costas de Estados Unidos, informes de la DEA de 2004 indican que cuatro cargamentos separados de 16 toneladas se descargaron en Puerto Rico. Cuando se les pregunta sobre la probabilidad de que un semisumergible cocalero haya arribado a Estados Unidos, un oficial de la Fuerza Naval colombiana fue franco: “Uno tiene que pensar que sí”.
El Subcartel fue desmantelado en agosto de 2008 cuando la Policía Antinarcóticos de Colombia y la DEA culminaron su investigación de cuatro años con el arresto de Gustavo Adolfo García “el Ingeniero” y Antonio “el Gringo” López. García y López vendían los semisumergibles a US$500.000 cada uno y hasta ofrecían promociones especiales que incluían sistemas de navegación a control remoto para que pudiera ser piloteado desde un barco pesquero cercano. Luego de su arresto el pasado agosto, García y López colaboraron con la Policía colombiana y proporcionaron las coordenadas del lugar de construcción de semisumergibles principal: los manglares infestados por serpientes y escorpiones en las orillas del río Mataje que separa a Colombia de Ecuador.
El lugar, cerca del pueblo fronterizo de San Lorenzo, estaba totalmente montado en plataformas elevadas sobre el pantanoso manglar. El cartel de la coca tenía toda una ciudadela con camarotes para los veinte trabajadores, baños, cocinas y una producción masiva que fabricaba un semisumergible cocalero cada dos meses. Los comandos de la Policía colombiana que allanaron el astillero clandestino fueron atacados por los mosquitos y las famosas hormigas cuchilla que hacen arrodillar a cualquier hombre. Los escorpiones estaban por todas partes. “Uno podía coger el aire con la mano y terminar con ella llena de mosquitos, no era un lugar apto para que un humano viviera”, explicó un asesor militar estadounidense que reside en Bogotá. “El semisumergible se armaba en una plataforma y luego, cuando llegaba la marea alta, simplemente lo deslizaban de la plataforma por una rampa al río”. Después de tomar fotos y requisar el lugar, los comandos cargaron la fábrica con C4 y destruyeron el sitio.
A pesar de constantes ataques por parte de la Armada Nacional y la Policía, los semisumergibles cocaleros se han vuelto cada vez más refinados. Capturas recientes incluyen semisumergibles con planos específicos de carga y peso de la cocaína para mejorar el equilibrio de la embarcación, aparatos electrónicos más sofisticados, motores de propulsión a chorro de doble flujo y sistemas de refrigeración para enfriar el exhosto en un esfuerzo para evitar ser detectados por sistemas de radar que buscan calor. “Fíjese en la tubería. Algunas de las válvulas son tan de alto precio que se usan en naves de viajes oceánicos. Cada semisumergible que capturamos es mejor que el pasado”.
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